lunes, 7 de septiembre de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y WLADIMIR WEIDLÉ


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y WLADIMIR WEIDLÉ

“El hombre desposeído del arte es tan inhumano como el arte privado del hombre. Porque la medida del hombre, de su grandeza, es el arte”. Estas palabras las escribe Wladimir Weidlé en “Les abeilles d'Aristée”, y le dan ocasión a Gombrowicz para hablar de él.
“El inicio de mi amistad con Wladimir Weidlé también podría servir para ilustrar esa indolencia y incomodidad que nos invade a nosotros, los literatos, en esta época de literatura laica y social. Nuestras conversaciones eran muy cordiales, pero se nos hacían cuesta arriba, nos pesaba la puesta en escena. Él se me aparecía bajo el aura de sus funciones en aquel encuentro del Pen Club, pronunciando discursos, asediado por la prensa, solicitado, y yo, ante él, me sentía como alguien surgido de la sombra, alguien externo (...)”

“Fue así hasta que subió al barco y se marchó de Buenos Aires. No hay duda de que en la atmósfera actual de la vida literaria y en general artística, el momento más feliz es el de la separación y el aislamiento. Unos meses después me llegó una carta suya por la que me entero con estupefacción de que ese Weidlé, puntal solemne de aquel congreso, impecable en las maneras y en el modo de vestir, es un conspirador que conspira conmigo (...)”
“Un enemigo secreto de la literatura que él mismo apoya, alguien que odia, igual que yo, el producto artístico, un destructor del arte en nombre de la humanidad..., de modo que mi rebelión le llegó a pesar de todo y ahora me escribe como un destructor a otro destructor (...)”

“Sólo que... Sólo que..., esta carta es al mismo tiempo desde el comienzo hasta el final, una carta de un literato a otro literato, patentiza con profesionalidad literaria aquello que constituye la pasión del espíritu –minuciosidad y pulcritud, respeto y cortesía, un estilo relamido y pulido–; esta carta es como un anarquista, pero un anarquista con sombrero de copa y guantes. Él se presenta ante mí en una limusina oficial, como presidente de un banco... Esta carta me ha producido el mismo efecto que produjo en Beethoven la reverencia de Goethe ante el príncipe de Weimar”
Wladimir Weidlé, emigrante ruso, famoso profesor de Estética de la Universidad de Cracovia, ha dado una definición de la novela que le gustaba a Gombrowicz: “un mundo imaginario poblado de seres vivientes”.

Es memorable el ensayo de Wladimir Weidlé “Les abeilles d'Aristée” , subtitulado “Essai sur le destin actuel des lettres et des arts” . Consciente de la situación precaria y amenazada de la creación artística en el mundo moderno, Weidlé quería negarse a explicar la situación por causas exteriores al arte.
“Estudiar una enfermedad cuyas raíces se hunden muy lejos en la historia debiera repercutir en la condena de quienes la sufren y apartarse de sus obras en nombre de un retorno arbitrario –y siempre ilusorio, por otra parte– a formas periclitadas (...) Las más grandes obras modernas son aquéllas en las que la crisis se manifiesta más claramente, sin que su grandeza les impida, sin embargo, encontrarse a la entrada de un impasse o al borde de un precipicio (...)”

“Nada podría cambiar tal estado de cosas, si no es la transformación espiritual de nuestro arte y del mundo en que vivimos (...) Desde hace algún tiempo la novela sufre una crisis a través de la cual parece encaminarse decididamente hacia su ocaso”
A pesar de que Gombrowicz ya había sido reconocido por París, Roma, Berlín y Londres, el cuadrilátero de la cultura, y Europa empezaba a considerarlo como uno de los fenómenos más singulares e importantes de la literatura moderna, el Pen Club local no invitó a Gombrowicz al congreso de literatura que se celebró en Buenos Aires en el año 1962.
“Madariaga, Silone, Weidlé, Dos Passos, Spencer, Butor, Robbe-Grillet..., todos ellos han venido a Buenos Aires invitados por el Pen Club local”

Se encuentra con Weidlé en el hotel donde se alojan los escritores. Weidlé sale del ascensor con un ejemplar de la edición francesa de “Pornografía” en la mano que había traído especialmente de París para que se lo dedique. El vestíbulo estaba lleno de peces gordos de la literatura internacional y de fotógrafos. Gombrowicz mira con una mirada de excluido y de quien es tenido como poca cosa. Roma. París. Nueva York. La hiena del periodismo se estaba preparando para atrapar a esa literatura, presa fácil, vulnerable como un corderito. Puestos así, uno al lado del otro, a Gombrowicz se le ocurre que no hay nada que descalifique más a un artista que otro artista.
“Se es artista para el no artista, para el no suficientemente artista, para el lector receptor. Pero cuando un artista se encuentra con otro artista, ambos se convierten en... en colegas de profesión. En miembros del Pen Club”

Cuando Weidlé ya tenía el ejemplar de “Pornografía” con autógrafo, Butor se presenta y le dice que es muy conocido en Francia, entonces Gombrowicz se imagina que está empezando a cruzar la línea de sombra, siente que se está convirtiendo en un hombre de letras. Gombrowicz era un solitario orgulloso.
Enterrado vivo desde hacía veintitrés años en la Argentina, en medio de esa constelación de sillones de los hombres de letras del mundo que habitaban el hotel, experimentaba cierta admiración pequeño burguesa y deseaba ser admitido en esa sociedad a la cual él pertenecía. Entonces se puso a reflexionar sobre esta sensación, pero no sobre la base de razonamientos abstractos, sino tragándose el problema hasta que le empezó a molestar en el estómago.

La elite de la literatura mundial cada año es más numerosa, la técnica de imitar la superioridad está muy avanzada.. La grandeza es, hasta cierto punto, una cuestión instrumental, un escritor inteligente de segunda clase sabe qué es lo que debe reformar de sí mismo para acceder a la primera. Debe ser más sensual que espiritual, indeterminado, natural y brutal.
El verdadero genio comienza imitando la genialidad, y la genialidad imitada le penetra en la sangre y se convierte en su propia carne. Los fotógrafos sacaban fotos y los periodistas hacían preguntas. El periodista sabía de antemano que tendría que hacer una papilla periodística con todas esas ideas de altos vuelos para que se pudiera publicar al día siguiente, y el entrevistado también sabía que su pensamiento acabaría convirtiéndose en un galimatías trivial en la cabeza del reportero; entre intelectuales se sabe todo.

Pero, todo esto ¿para qué? Para un aguachirle con pensamientos densos que sólo será hojeado. La presencia de Wladimir Weidlé en Buenos Aires resultó providencial y evitó que Jorge Calvetti y Manuel Peyrou se fueran a las manos por culpa de Gombrowicz. Jorge Calvetti, poeta, periodista y traductor, albacea literario de Carlos Mastronardi, conoció a Gombrowicz en la primera época argentina, el tiempo de sus mayores penurias, y participó en la traducción de “Ferdydurke”.
En el año 1962 publicó un artículo sobre Gombrowicz en el diario “La Prensa” alrededor del cual se armó un verdadero escándalo.
“(...) Wladimir Weidlé, célebre autor del ‘Ensayo sobre el destino actual de las artes y las letras’, dijo: ‘Ferdydurke me ha revelado a un gran escritor (...)”

“Y Mario Maurin, en ‘Lettres Nouvelles’, de París, refiriéndose a ‘La náusea’ de Jean Paul Sartre, y a ‘Ferdydurke’ de Gombrowicz, afirmó: ‘Pasmosa proximidad de estas dos obras maestras a las que será necesario recurrir de hoy en adelante para situar el clima intelectual de la época y conocer su expresión más vigorosa, más rica y más aguda’ (...)”
La entrevista que venciendo todos los inconvenientes apareció en el diario “La Prensa”, a pesar de toda la seriedad que tenía Calvetti, resultó un tanto estrambótica por ciertas respuestas que le dio Gombrowicz.
“¿Qué significa la palabra ‘Ferdydurke’?; –Es el nombre de una de las calles de mi ciudad natal (...)”

Jorge Calvetti cuenta cuál fue el motivo del escándalo que se armó con esta entrevista, y Gombrowicz da su versión de hasta qué punto había llegado el escándalo, versión que Calvetti desmiente por lo menos en parte.
“Manuel Peyrou, que se encontraba en la redacción del diario, al ver mi artículo declaró que no se debía publicar porque se trataba de una impostura; nadie conocía a Gombrowicz, ya que su estilo carecía de interés, por lo que, en resumidas cuentas, se oponía a la publicación del texto (...)”
“Por fin apareció la entrevista. Peyrou no dijo nada, pero se escondía siempre que me veía. Gombrowicz ha contado en ‘Testamento’ que Weidlé, de paso por Buenos Aires, informó que era muy conocido en Europa (...)”

“Eso es cierto, pero no es cierto que uno de nosotros, Peyrou o yo, tuviera que ser encerrado en un ascensor para que no llegáramos a las manos.. Todo lo que acabo de contar es exactamente así. Los campesinos de mi provincia dicen: ‘Está muerto, y no me deja mentir’ (....)”
Gombrowicz le había dado su versión al Hasídico sobre esta historia en las conversaciones que aparecen en “Testamento”, una versión parecida a la de Calvetti pero con una diferencia.
“Manuel Peyrou, amigo de Borges, se encontró con Calvetti en la redacción y le reprochó violentamente que se hubiera dejado embaucar por mis mentiras (...) Calvetti fue a quejarse al jefe de redacción (...)”

“Afortunadamente, un conocido crítico de París, el ruso Wladimir Weidlé, cuyos libros tenían éxito en la Argentina, se encontraba de paso por Buenos Aires. El jefe de redacción le sugirió a Calvetti que fuera a verlo para comprobar sus afirmaciones, y Weidlé confirmó que, efectivamente, yo era un escritor conocido y apreciado en Europa, un veredicto que Calvetti utilizó en la entrevista (...)”
“Según parece, la agarrada entre Calvetti y Peyrou fue tan tormentosa que hubo que encerrar a uno de los dos en un ascensor, e inmovilizar el ascensor entre dos pisos a fin de evitar que llegaran a las manos: ‘Se non e vero...’ (...)”




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